Época antigua

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La presencia romana en tierras hispanas data del siglo III a.C., con motivo de su lucha contra los cartagineses. Inicialmente conquistaron Cartago Nova (actual Cartagena) en el 209 a.C. y Gadir (actual Cádiz) en el 206 a.C., extendiendo después su dominio por el este y sur peninsulares. En el transcurso del siglo II a.C. los romanos avanzaron hacia el centro y oeste del territorio hispánico, encontrando en algunos casos una tenaz resistencia, como sucedió con los lusitanos, a los que dirigía Viriato, y con los celtíberos, que defendieron heroicamente Numancia. La etapa final de la conquista de la península Ibérica por los romanos estuvo dirigida por Augusto y se desarrolló contra los cántabros y los astures, en los últimos años del siglo I a.C.

Los romanos bautizaron el territorio peninsular con el nombre de Hispania. Dividido en un principio en dos provincias, Citerior y Ulterior, en el siglo III d.C. comprendía las provincias de Bética, Lusitania, Galaecia, Tarraconense y Cartaginense. En el siglo IV d.C. se creó la provincia Baleárica. Roma, que estaba interesada por las riquezas de Hispania (ante todo las mineras), creó en la península Ibérica numerosas colonias y difundió su lengua y su cultura. Ese proceso de romanización se plasmó básicamente en la expansión de la lengua latina y del Derecho romano. Paralelamente Roma creó una importante red de comunicaciones y construyó abundantes obras públicas. En el ámbito de la vida espiritual, Roma estaba interesada en primer lugar en promover el culto imperial, pero también llegó a Hispania en ese tiempo el cristianismo, que ya estaba sólidamente arraigado en el resto del Imperio romano desde el siglo II d.C.

La crisis del siglo III afectó a las provincias de Hispania. Al tiempo que decaían las ciudades se ampliaba la distancia que había, desde el punto de vista social, entre los grupos más poderosos (potentiores) y los más débiles (humiliores). En esas condiciones, a comienzos del siglo V (409) tuvo lugar la invasión de la península Ibérica por los denominados pueblos ‘bárbaros’, todos ellos de origen germánico: suevos, vándalos y alanos. De estos pueblos sólo los suevos se asentaron en Hispania, concretamente en la provincia de Galaecia. Poco después llegaron a la península Ibérica los visigodos, aunque su establecimiento definitivo en Hispania no se produjo hasta el siglo VI, después del fin del Imperio romano de Occidente (476).

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