La conquista de la América Central

La conquista de los pueblos americanos, entonces considerados como bárbaros, no fue sino una barbaridad. En muy pocos años los conquistadores supieron destrozar las civilizaciones tan adelantadas como la maya y la inca, acabando con todos sus testimonios culturales. Su eficacia en despreciar todo lo ajeno les ayudó a exterminar o convertir en esclavos a la enorme población del continente americano. Hay que reconocer que hoy sabemos más de la Roma antigua, destruida hace 1500 años, que de Tenochtitlán, cuya conquista se realizó 10 siglos más tarde.

Los primeros españoles que alcanzaron las costas de América no encotraron allí los tesoros que tanto buscaban. Yendo de isla en isla, se ocupaban en robar a la población indígena, aunque con escasos resultados. Pero los rumores de los tesoros que guardaba el Nuevo Mundo no dejaron de correr.

En 1519 salió de Cuba una expedición dirigiéndose a tierras desconocidas. Poco a poco se iba acercando al Valle de México, dominio de los aztecas. Mientras tanto, los aztecas la espiaban confusos. Sabían que los recién llegados eran rubios y barbudos, como su dios Quetzalcoatl. Y sabían, además, por las leyendas, que su aparición tenía que poner fin al imperio azteca.

Entonces Moctezuma, el rey de los aztecas, cometió una imprudencia fatal. Mandó enviarles a los nuevos dioses grandes regalos de oro y plata. En vano deseaba que se conformaran con los regalos y se fueran. La codicia les atrajo al interior del país.

A la cabeza de los españoles estaba Hernán Cortés, valiente aventurero y con gran capacidad de mando. Actuaba con mucho cuidado e intentó hacer las paces con las tribus que estaban en guerra con los aztecas. Deseaba en alianza con ellas formar una gran confederación para derrotar la tiranía de Moctezuma. Al mismo tiempo persuadía a los embajadores de Moctezuma de sus intenciones pacíficas. Gracias a Quetzalcoatl, logró entrar en Tenochtitlán, la capital del imperio azteca, sin un solo combate. Allí declaró a Moctezuma su subdito y tomó el mando del imperio.

Pronto la crueldad de los españoles hizo rebelarse a los aztecas. Con cientos de muertos y todos los cañones perdidos, los españoles tuvieron que huir. A Moctezuma lo mataron los mismos aztecas que no soportaban la traición.

Muchos fueron los intentos de conquistar Tenochtitlán. Más de una vez estuvieron los españoles en sus calles, pero siempre tuvieron que retroceder. Por fin, emprendieron un largo sitio de la ciudad. Tenochtitlán estaba situado en medio de un lago, y sólo era posible llegar a él por agua. De día los españoles dominaban el lago, y de noche los aztecas volvían a salir en sus rápidas canoas en busca de alimentos. Cuando se acabó la comida, empezaron a comer corteza de árbol. Pero su joven líder, Cuahtémoc, no toleró ninguna sugerencia de rendición.

El final llegó el 13 de agosto de 1521, después de tres meses de sitio. Cinco sextas partes de la ciudad ya se encontraban en ruinas. Todos los palacios y jardines habían sido destruidos, y los cadáveres estaban amontonados en las calles. Desesperados, los últimos aztecas se rindieron. Dicen que el mismo Cortés lloró al ver lo que sucedió con «la ciudad más bella del mundo». A Cuahtémoc lo quemaron vivo, cuando éste negó descubrir dónde estaban los tesoros de los aztecas.

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