España-Perejil y la isla de Calipso

El número de la Revue des Deux Mondes, correspondiente al 15 de mayo de este año (1902), traía un trabajo de M. Víctor Vérard sobre Los origenes de la Odisea, interesantísimo para los españoles. El tal trabajo llamó muy justamente la atención del docto y culto escritor Sr. Gómez de Baquero, que en la La Época del 10 de este mes de Junio y bajo el título de Los orígenes de la Odisea-Calipso-Perejil, da un extracto de parte de la labor de M. Bérard.

Trata este señor nada menos que de señalar la ruta y sitios de las correrías marítimas del astuto Ulises, y de probarnos que la Odisea es en buena parte una poetización de las instrucciones náuticas de los fenicios y de otros navegantes del Mediterráneo. Lleva cabo Bérard su cometido con verdadero ingenio.

Fíjase, sobre todo, en la duplicidad de los nombres de lugares y cómo éstos se nos presentan con el nombre semítico y el que luego le dieron los griegos, traduciendo éstos el nombre que a un lugar le pusieran los fenicios a la vez que lo conservaban. Y esto me recuerda lo que en cierta ocasión nos decía mi inolvicable maestro, D. Lázaro Bardón, hablándonos del río Guadix: «Vinieron los semitas y le llamaron Ix -decía,- que significa 'río'; llefaron luego los árabes y le llamaron Wad-ix, es decir, el río río, y por último le llamanos nosotros el río Guadix, esto es, el río río río. Es como el puente de Alcántara, es decir, el puente del puente».

Volviendo a Bérard y Ulises, no puede negarse que es ingeniosísimo cuanto el erudito francés hace por determinar la posición de los parajes que recorrió el astuto heleno, sirviéndose para determinarlos de un cotejo entre el texto de la Odisea y el de las Instrucciones náuticas y Derroteros para uso de los marinos. Y no es el menos sorprendente de sus descubrimientos el de que la isla de Calipso, en que esta encantadora retuvo a Ulises, fue la actual isla del Perejil, adquiriendo así este indecente islote una importancia en que ni aún soñaba. Bien se ha dicho que Dios ensalza a los humildes.

De este de que el islote del Perejil sea, según Bérard, la isla de Calipso, es de lo que dió cuenta el señor Baquero; pero queda otra cosa más sorprendente aún y es que, según el mismo ingenioso investigador, la tal isla es la que ha dado a España su nombre. No quiere decirse que España haya de llamarse Perejil, sino que el nombre de Hispania o Spania fue aplicado en un principio a ese islote y de él se corrió a la península toda.

Éste humilde y modestísimo peñasco está a casi igual distancia de la punta de Almanza y de la punta Leona, en el Estrecho de Gibraltar, y depende de Ceuta. Es de figura triangular, de piedra, con algunos arbustos, de una milla de bojeo y de 74 metros de altura. Es tan modesto y apocado el islote que es difícil hallarlo, pues hasta cuando está el tiempo claro no se le puede distinguir de la costa africana, uno de cuyos numerosos salientes parece. Hay en él una caverna, caverna a la que veremos adquirir, gracias a M. Bérard, una extraordinaria importancia. La tal caverna, que bien merece ser fotografiada, tiene por entrada una hendidura de 20 metros de alto por siete u ocho de ancho, componiéndose luego de dos salas, y a los diez metros, de otra de 30 o 40 metros de largo. Según el Derrotero del Mediterráneo, podrían refugiarse en tal caverna hasta 200 hombres.

Tal es, según Bérard, la isla de Calipso, es decir, del «escondrijo», derivando Calipso del verbo griego Kalypto ocultar o esconder. Según la Odisea había en ella perejil, de donde procede su nombre actual. Veamos ahora cómo este islote ha dado nombre a España, según Bérard siempre.

Dice éste: «He aquí, pues, la Isla del Escondrijo, la Isla de Kalypso, la isla de arbustos, sembrada de perejil y de violetas, alzándose sobre las ondas como un 'ombligo' sobre el escudo homérico y conteniendo dos mesetas, dos planicies, cubiertas de monte y de yerba. Que hayan conocido y frecuentado este refugio los primeros navegantes del Estrecho; que hayan adoptado esta maravillosa estación de pesca, de comercio y de piratería los tirios o cartagineses en su cabotaje por la costa africana, es cosa que podemos afirmar a priori. Con la rada al abrigo de todos los vientos que deja entre sí y la costa; con su caverna accesible a los marinos e inaccesible a los terrestres, fácil de descubrir cuando se viene del Este, imposible de ver de todos los demás tuntos, con su alta atalaya que domina el mar de Levante y de Poniente; a la entrada del Estrecho, he aquí la mejor emboscada y el mejor depósito, la verdadera escala de las barcas primitivas. Sólo la topografía nos permite imaginar cómo tuvieron en este punto los primeros exploradores de las Columnas de Hércules unas de sus etapas y después uno de sus puntos de apoyo para el descubrimiento y explotación del mar occidental. Perejil fue la Isla, el Algeciras de los primeros marinos. Pero además de los datos topográficos tenemos, según creo, un nombre de lugar o más bien un doblete».

Y entra luego el erudito francés en lo más sorprendente y curioso de su trabajo, esto es, en establecer que el nombre Calipso -nombre del islote personificado en la encantadora- es la traducción del nombre primitivo de Perejil, que debió de ser I-spania. «Un doblete greco-semítico que va a llevarnos a la comprensión más exacta de este vocablo que empleamos sin comprenderlo, porque aplicamos al presente a toda la península ibérica o española el antiguo nombre que los primeros navegantes semíticos dieron a Perejil: España, I-spania, la Isla del Escondrijo».

El nombre de España se cree sea semítico por haber conocido los romanos nuestra península merced a los cartagineses, y suele traducirse «isla del Tesoro», aludiendo a las riquezas mineras de nuestro subsuelo, de i, ai, e, isla y la raíz semítica sapan, de donde se deriva sapun o sapin, tesoro. Pero M. Bérard da otra etimología derivándolo de I-spanea, del sustantivo spanea, escondrijo. Y añade triunfalmente. «I-spanea no es más que la Isla de Kalypso, la Isla del Escondrijo, Perejil es la que era en un principio Ispania, y no fue sino por error o por una extensión de sentido por lo que este nombre pasó al continente vecino».

No es cosa de ponderar el descubrimiento de M. Bérard, que se pondera por sí solo. No faltará lector descontentadizo y difícil que no vea claro cómo pudo extenderse el antiguo nombre de la Isla del Perejil a toda España, pero con sólo reflexionar en que aquel nombre significaba Isla del Escondrijo, se le resolverán las dudas. Por mi parte la única dificultad que encuentro para admitir el brillante invento M. Berárd es que, según algunos paisanos míos, el nombre España deriva del vascuence ezpaña, labio, aludiendo a la posición que tiene nuestra península en Europa, etimología muy racional y justa, ya que saca el actual nombre de España (no Hispania) del actual nombre del labio en vascuence, pues siempre debe uno atenerse a actualidades, que es lo real, sin ir a buscar la forma antigua de nombre España y del nombre vasco ezpaña, y por otra parte es sabido que los que dieron nombre a la península tenían a la vista constantemente un mapa de Europa. Más una vez salvado este escrúpulo, no tengo inconveniente en aceptar la brillante explicación de M. Bérard. Y ¡qué prestigio no adquiere Perejil! ¡Cuán insondables son las vías de la Providencia y qué inescrutables sus designios! En ese hasta hoy humildísimo y casi olvidado islote del Estrecho, frente al ominoso y agorero Gibraltar, tenemos al padre putativo de España, al que le dio nombre y con él individualidad entre las naciones. Bien podemos llamar a nuestra Isla del Escondrijo, a nuestra emperejilada Ispania, a nuestro gran Calipso, la Península del Perejil.

MIGUEL DE UNAMUNO, elpais.com, 25.07.02

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