Cataluña: Ni pasa nada ni se espera que nada pase

Cataluña: Ni pasa nada ni se espera que nada pase

Tuvimos ayer en Barcelona una plácida y soleada mañana de noviembre. Yo le compré a mi hija unas botas rosas de piel girada y para mí un par de camisas en Bel. Luego almorzamos en Via Veneto con Jaume Sisa. Tuétano casi fundido con trufa blanca. Ni en los bares ni en los restaurantes, ni en los clubes ni en la calle, ni en las plazas ni en las universidades había tensión prebélica ni la menor expectación, y los comentarios eran de menor intensidad a los que generaban los clásicos de Mou y Pep. Estamos tan acostumbrados a la retórica vacía y vana que hemos aprendido a convivir con la ficción sin darle demasiada importancia. Estamos tan acostumbrados a lo grotesco que ya nada nos extraña, y la estupefacción ha dejado paso a la indiferencia. Y, sobre todo, vivimos tan bien, y lo tenemos todo tan a mano, que ni el más obstinado de los independentistas ha dejado estos días de acudir a su trabajo, a su partida de mus o a su almuerzo de amigos o de trabajo.

En ningún momento la independencia ha pasado de ser una fiesta. Manifestaciones, concentraciones, programas de televisión. Cánticos, encendidas velas, banderas en los estadios. Pero ningún sacrificio, ningún precio pagado, ningún cruzado puente de no retorno. Todo ha salido gratis y con la promesa de que al final había premio. Todo lo que hasta ahora ha sucedido ha sido con la maravillosa vida que llevamos. La independencia en Cataluña, como mínimo de momento, no ha sido más que una especulación. Aquella hora de la cena, con la segunda botella de vino ya vacía, en la que empezamos a imaginar viajes extraordinarios que nunca emprenderemos. Yo quiero llevar a todos mis amigos al hotel Nobu en Las Vegas, y cerrarlo para ello.

En cualquier país que de verdad decidiera ser independiente y desobedecer a su Estado, en cualquier sociedad que se tomara en serio estas incitativas -por decirlo de algún modo políticas- la tensión sería máxima, la gente llenaría sus despensas, habría un ambiente, si no prebélico, como mínimo cortante, y ni el martes con el pronunciamiento ni ayer con la suspensión la vida normal de mi ciudad se vio lo más mínimo alterada.

Más de fondo, algunas contabilidades han cambiado. Desde el 27 de septiembre hay menos euforia independentista y menos independentistas; y la sensación de que, con la CUP marcando el ritmo, ya no decidiremos exactamente entre España y Cataluña sino entre España y Venezuela. Que el catalanismo político haya perdido el norte no significa -al menos todavía- que esté dispuesto a que le expropien. Igualmente, la advertencia concreta del Estado también ha frenado algunos ímpetus.

En el otro lado de la balanza, existe en Cataluña la sensación -falsa- de que el Gobierno no se va atrever a aplicar la Ley hasta las últimas consecuencias. Se cree aquí en mi tierra que la comunidad internacional no permitirá que España inhabilite a Mas o intervenga la autonomía, y mucho menos a usando las fuerzas y cuerpos de seguridad. Es un mantra del independentismo decir que Europa le parará los pies a España si usa la fuerza y mediará entonces para buscar una solución al «conflicto».

Esta ignorancia ha sido uno de los factores determinantes del «proceso», porque la mayoría se ha creído que el Gobierno no osaría y que Europa no permitiría, de modo no han tenido nunca ningún miedo. Cuando cunda el miedo que ayer por primera vez compareció, y la gente por fin comprenda, viéndolo de cerca, qué es un Estado y cómo se defiende cuando es atacado en algo tan esencial como su integridad, seguramente habrá menos valentía, y menos valientes.

Mientras tanto, un Mas cada vez más acorralado continúa suplicándole a la CUP la independencia. Antonio Baños protagonizó ayer la anécdota de la jornada, al no presentarse a la entrevista que tenía a las 8:45 de la mañana en el programa líder de la radio en Cataluña, El Món a Rac1, que dirige y presenta Jordi Basté. No sólo no acudió sino que no contestó el teléfono hasta la 1 del mediodía, diciendo que tenía fiebre. En el interín, algunos sufrieron por su vida. Los que más le conocen estaban convencidos de que «no estaba muerto, estaba de parranda». En cualquier caso, hay que decir que es ridículo no ir a trabajar porque tienes unas décimas, y que si la extrema izquierda es tan exigente con los demás debería dar ejemplo con algo más de autoexigencia.

La sensación es que Mas sólo quería tensar la cuerda para tener una posición de más fuerza para negociar con el Estado, que al final va a pagar como un independentista lo que no supo administrar como un autonomista, y que no va tener margen para ninguna épica, humillado por la CUP e inhabilitado por la Ley.

Son cuentas que intuitivamente ya llevan la mayoría de los catalanes, e incluso buena parte de los independentistas, y por ello las mañanas son plácidas en mi ciudad, y nadie ha dejado de tomar el aperitivo. Ni pasa nada, ni se espera que pase nada, y si por casualidad algo pasara que nos molestara haríamos ver que en realidad no ha pasado hasta que todo volviera a su cauce.

Luego una ducha, y salimos a cenar. Las angulas hay que tomarlas sin ajo.

abc.es, 04.12.15

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