El calvario de Noa Ros, retirada a los 19 años

El calvario de Noa Ros, retirada a los 19 años

“Fue de golpe. Un día fui a entrenar como siempre y al siguiente, el pasado 1 de abril, los médicos me dijeron que no lo hiciera más. Cada vez que enderezo la espalda, más si hago alguna extensión, estoy forzando y es peligroso.” Al teléfono, la ex gimnasta Noa Ros detalla los motivos de su tempranísima retirada a los 19 años y, aunque la voz se le entrecorta, y necesita unos segundos de pausa, y debe empujar sus propias palabras, asegura haberse quitado un peso de encima. Llevaba tiempo padeciendo. Sabía que algo iba mal.

Todo empezó, como tantas cosas, en la cima. En el verano de 2019, Ros, con 17 años recién cumplidos, se proclamó campeona de España individual y se clasificó entre las 25 primeras de la Copa del Mundo. El objetivo, cercano, posible: una plaza para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Los problemas desde entonces, muchos, muchísimos.

Empecé a sufrir muchas lesiones en la pierna izquierda. Una fractura del talón, una rotura de gemelo y sóleo, continuos esguinces de rodilla y de tobillo y cuando llegó el confinamiento de 2020 un dolor muy intenso en la cadera. Suponíamos que el problema venía de ahí, de la cadera. Y a finales de ese año me operé, con una rehabilitación larguísima, de nueve meses. El verano pasado volví a entrenar, pero también volvieron las lesiones: una rotura de cuádriceps, otra del quinto metacarpiano por una caída. Siempre me fallaba esa pierna izquierda. Y yo ya pensaba que algo pasaba ahí. Al final me miraron de dónde venía todo y descubrieron que tenía una radiculopatía, posiblemente por culpa de una fisura en la espalda, de la vértebra L5, que sufrí hace años. Por lo que parece, durante todo este tiempo he estado aplastando un nervio y eso ha afectado a la pierna”, detalla Ros con un futuro incierto.

Operarse o no operarse

Mientras inicia sus estudios de Psicología, espera que los médicos le propongan una solución: quizá su radiculopatía se pueda solventar en el quirófano, quizá sea demasiado arriesgado y deba convivir con ella toda la vida. Las pruebas, en las que ya está inmersa, durarán varias semanas. “Quiero esperar a que acabe este proceso. Si deben hacerme una operación cerca del nervio no sé qué voy a hacer porque, en mi deporte, conozco algunos casos con malos resultados. De momento no puedo estirar la espalda, debo ir curvada. Igualmente ya me dijeron que de una manera u otra esto me va a afectar siempre. Por eso decidí dejar la gimnasia”, expone la que fuera gimnasta de la selección española desde 2016, cuando todavía era junior, hasta hace nada.

En los últimos días, Ros ha recibido numerosos mensajes en sus redes sociales, especialmente en Instagram, donde todavía hoy protagoniza Stories y más Stories, y eso le ha servido para levantar el ánimo: “La verdad es que me ha ayudado muchísimo. Me ha hecho ver que estos años, todos los esfuerzos, valieron la pena. He vivido muchas experiencias y he hecho muchas amigas.”

Los inicios, en la montaña

Su historia en la gimnasia entronca con otras parecidas, unidas todas por la precocidad exagerada que exige el deporte para lo bueno y para lo malo. Esta misma semana, la última campeona olímpica, la israelí Linoy Ashram, que rompió el dominio ruso que duraba décadas, anunció su adiós a los 23 años sin mediar una lesión, simplemente por cansancio. Ashram empezó a entrenar prácticamente siendo un bebé y ya llevaba demasiado tiempo sumida en la exigencia. El caso de Ros fue diferente en ese sentido.

La española nunca fue una niña de gimnasio, más bien todo lo contrario: sus padres eran amantes de la montaña y ella practicó bicicleta de montaña, esquí, snowboard o escalada antes de ni tan siquiera saber qué era un spagat. Pero un día de verano en un camping en Suiza.

Había un niño y una niña que no paraban de hacer mortales, que estaban todo el día dando saltos a mí me fascinaban. No me atrevía a decirles nada, pero como yo tenía un perro muy bonito, un día se acercaron a acariciarlo y les pregunté por lo que hacían. Me contestaron que practicaban gimnasia, estuve siguiéndoles todos los días y al volver a casa mi madre me apuntó al único gimnasio de Benicarló. Lo que hacían los niños del camping era gimnasia artística y el gimnasio era de rítmica, pero me dio absolutamente igual. Era 2011, tenía 10 años y allí mismo estuve entrenando hasta el pasado 1 de abril”, finaliza Ros.

Según cuenta, ha vuelto a encontrar consuelo en la montaña, en las caminatas, en el deporte “con mucho control, sin impacto y sin levantar ningún peso”, mientras se adapta a una vida sin cuerda, sin aro, sin pelota, sin mazas y sin cinta: “Ahora tengo que hacerme la idea y adaptarme. Ya no podré hacer más gimnasia. Supongo que es lo que hay”.

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